El cuento «El Otro Yo» de Mario Benedetti representa dos de las técnicas más innovadoras de la literatura de Vanguardia en Latinoamérica:
El Contrapunto: que consiste en textos literarios con dos argumentos diferentes y simultáneos.
El Monólogo Interior: que consiste en la lectura mecánica del pensamiento del personaje, consciente o inconscientemente, lo que piensa y siente en su interior.
Podemos determinar que el uso de dos argumentos se da cuando el narrador representa la personalidad del personaje; Armando Corrientes y El Otro Yo, prácticamente en el argumento hay dos historias entrelazadas con hechos diferentes.
El Monólogo interior se da porque el narrador relata de forma mecánica los sentimientos de Armando Corrientes para adentrarnos al retrato y en la psicología del personaje, en otras palabras, el escritor se ha concentrado en demostrarnos los sentimientos angustiosos que vive el personaje principal.
EL OTRO YO
Se trataba de un muchacho corriente: en los pantalones se le formaban rodilleras, leía historietas, hacía ruido cuando comía, se metía los dedos a la nariz, roncaba en la siesta, se llamaba Armando Corriente en todo menos en una cosa: tenía Otro Yo.
El Otro Yo usaba cierta poesía en la mirada, se enamoraba de las actrices, mentía cautelosamente, se emocionaba en los atardeceres. Al muchacho le preocupaba mucho su Otro Yo y le hacía sentirse incómodo frente a sus amigos. Por otra parte el Otro Yo era melancólico, y debido a ello, Armando no podía ser tan vulgar como era su deseo.
Una tarde Armando llegó cansado del trabajo, se quitó los zapatos, movió lentamente los dedos de los pies y encendió la radio. En la radio estaba Mozart, pero el muchacho se durmió. Cuando despertó el Otro Yo lloraba con desconsuelo. En el primer momento, el muchacho no supo que hacer, pero después se rehizo e insultó concienzudamente al Otro Yo. Este no dijo nada, pero a la mañana siguiente se había suicidado.
Al principio la muerte del Otro Yo fue un rudo golpe para el pobre Armando, pero enseguida pensó que ahora sí podría ser íntegramente vulgar. Ese pensamiento lo reconfortó.
El Otro Yo usaba cierta poesía en la mirada, se enamoraba de las actrices, mentía cautelosamente, se emocionaba en los atardeceres.
Sólo llevaba cinco días de luto, cuando salió la calle con el propósito de lucir su nueva y completa vulgaridad. Desde lejos vio que se acercaban sus amigos. Eso le lleno de felicidad e inmediatamente estalló en risotadas. Sin embargo, cuando pasaron junto a él, ellos no notaron su presencia. Para peor de males, el muchacho alcanzó a escuchar que comentaban: “Pobre Armando. Y pensar que parecía tan fuerte, tan saludable”.
El muchacho no tuvo más remedio que dejar de reír y, al mismo tiempo, sintió a la altura del esternón un ahogo que se parecía bastante a la nostalgia. Pero no pudo sentir auténtica melancolía, porque toda la melancolía se la había llevado el Otro Yo.
Conoce: Breve reseña literaria de Mario Benedetti